Jeanne, nuestra hada con camiseta y medias rosas, con una flor prendida en el pelo, liberó mi voz sin haber utilizado las palabras. Nos hablaba -a los nueve vietnamitas de la escuela primaria Saint-Famille- con música, con sus dedos, sus hombros. Nos mostraba cómo ocupar el espacio a nuestro alrededor abriendo los brazos, levantando el mentón, respirando a pleno pulmón. Revoloteaba a nuestro alrededor, como un hada, con sus ojos acariciándonos uno tras otro. Su cuello se prolongaba para formar una línea continua con su hombro, su brazo, hasta la punta de los dedos. Sus piernas hacían grandes movimientos circulares como para barrer las paredes, remover el aire. Gracias a Jeanne aprendí a desprender mi voz de los recovecos de mi cuerpo para que pudiera alcanzar el borde de mis labios.
¡Qué bien, no te has ido! Muchas gracias.
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