El coche avanza lentamente, rebasando los elegantes mausoleos del nabab, Thika Khan y de su esposa; y Lala Baraderi, el palacio de arcilla roja en el que los reyes de Udh recibían a los príncipes y embajadores; y el pequeño immambara de cúpulas graciosas y todos aquellos frágiles palacios que, en medio de jardines silenciosos, parecen desgranarse como las notas de una sonata romántica.
Edificada sobre una colina, en mitad de los campo de colza,”la mezquita del viernes” domina la ciudad. Cautivada por la tranquilidad y la belleza del lugar. Selma sugiere que se detengan para rezar.
-Imposible, Apa, no tenemos derecho.
-¿No tenemos derecho a rezar?
-No tenemos derecho a entrar. Sólo los hombres van a la mezquita. Las mujeres rezan en casa.
¿Qué significan esas tonterías? Selma salta del coche, ajusta su velo, y como una mártir resuelta a defender su fe contra las interpretaciones erróneas de los doctores de la ley, aparta a las damas de compañía que intentan interponerse:¡ sería gracioso que a la nieta de un califa le prohibieran entrar en una mezquita¡
El gran patio cuadrado está desierto. El sol se ha puesto y el cielo transparente envuelve a Selma con su suavidad. Los pájaros pían, celebrando la primera fresca. Una estrella centellea.
-La Illah Illlalah. No hay más Dios que Tú, mi dios, pues eres el infinito, el Eterno. Nada existe fuera de ti.
Selma se arrodilla. En medio de aquella belleza, aquel silencio, las palabras tan a menudo repetidas la inundan con su luz. Sosegada, sin solicitarlo, se abre a aquel instante.
No lo ha visto, no oye la sombra que se agita a su lado. De repente siente que le tiran de la manga. Allí, muy cerca, gesticula una gran mosca negra. Cierra los ojos; quiere recuperar la calma, pero el maulvi, indignado, se pone a chillar.
Selma se incorpora: ¿Cómo se atreve ese asno a interrumpir la meditación?
-¿Te callarás demonio? En todos los países musulmanes, las mezquitas están abiertas a las mujeres. ¿Ignoras que Fátima, la hija de nuestro profeta, rezaba en la Kaaba, al lado de los hombres? ¿Lo que Mahoma, el generoso, permitía, tú te atreves miserable a negarlo?
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