Por si acaso alguien no la conoce...
Santa Águeda es una de las vírgenes y mártires cristianas más populares de la antigüedad.
Nacida
en Catania
hacia el año 230, de nobles y ricos padres, dedicó su juventud al servicio del
Señor, a quien no dudó en ofrecer no ya sólo su vida, sino también su
virginidad y las gracias con que
profusamente se veía adornada.
La joven
Águeda rechazó el amor del cónsul romano
Quintiliano y según la tradición éste la sometió a duras torturas. En venganza por no
conseguir sus placeres la envía a un lupanar regentado por una mujer llamada
Afrodisia, donde milagrosamente Águeda conserva su virginidad. Aún más
enfurecido, ordenó que torturaran a la joven y que le cortaran los senos. La
respuesta de la que posteriormente sería santa fue:
"Cruel tirano ¿no te da vergüenza torturar en una
mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?".
No se sabe
con certeza si murió en manos de Quintiliano, durante las persecuciones a los
cristianos o cincuenta años después de estos hechos.
Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un
año después de la muerte de la Santa en el 252 y los pobladores de Catania
pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad.
Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los
alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y
volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos
difíciles y problemas con la lactancia. En general, se la considera protectora de las mujeres.
Es la patrona de las enfermeras y su Santo se celebra el 5 de febrero.
En Zaragoza es una tradición que se cumple rigurosamente cada año. Cientos de mujeres acuden a la iglesia del Portillo para rezar ante la imagen de Santa Águeda, patrona de las madres, las nodrizas y de todas las mujeres en general. El interior del templo alberga, además, un relicario con un fragmento del cráneo de Santa Águeda. En otras iglesias como San Felipe o Santiago el Mayor también cuentan con tallas frente a las que se reza a la virgen.
Y después, el momento dulce: Las tetas de Santa Águeda.
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