Amor trágico: Madame Bovary
de G. Flaubert
"Emma, que le daba el brazo, se apoyaba un poco sobre su hombro, y miraba el disco del sol que irradiaba a lo lejos, en la bruma, su palidez deslumbrante; pero volvió la cabeza: Carlos estaba allí. Llevaba la gorra hundida hasta las cejas, y sus gruesos labios temblequeaban, lo cual añadía a su cara algo de estúpido; su espalda incluso, su espalda tranquila resultaba irritante a la vista, y Emma veía aparecer sobre la levita toda la simpleza del personaje. Mientras que ella lo contemplaba, gozando así en su irritación de una especie de voluptuosidad depravada, León se adelantó un paso. El frío que le palidecía parecía depositar sobre su cara una languidez más suave; el cuello de la camisa, un poco flojo, dejaba ver la piel; un pedazo de oreja asomaba entre un mechón de cabellos y sus grandes ojos azules, levantados hacia las nubes, le parecieron a Emma más límpidos y más bellos que esos lagos de las montañas en los que se refleja el cielo.
(...)
Tantas veces le había oído decir estas cosas, que no tenían ninguna novedad para él. Emma se parecía a las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje. Aquel hombre con tanta práctica no distinguía la diferencia de los sentimientos bajo la igualdad de las expresiones. Porque labios libertinos o venales le habían murmurado frases semejantes, no creía sino débilmente en el candor de las mismas; había que rebajar, pensaba él, los discursos exagerados que ocultan afectos mediocres; como si la plenitud del alma no se desbordara a veces por las metáforas más vacías, puesto que nadie puede jamás dar la exacta medida de sus necesidades, ni de sus conceptos, ni de sus dolores, y la palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas. "
(...)
Tantas veces le había oído decir estas cosas, que no tenían ninguna novedad para él. Emma se parecía a las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje. Aquel hombre con tanta práctica no distinguía la diferencia de los sentimientos bajo la igualdad de las expresiones. Porque labios libertinos o venales le habían murmurado frases semejantes, no creía sino débilmente en el candor de las mismas; había que rebajar, pensaba él, los discursos exagerados que ocultan afectos mediocres; como si la plenitud del alma no se desbordara a veces por las metáforas más vacías, puesto que nadie puede jamás dar la exacta medida de sus necesidades, ni de sus conceptos, ni de sus dolores, y la palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas. "
Amor recíproco:
El amor en los tiempos del cólera
de G. García Márquez.
" Terminaron por conocerse tanto, que antes de los treinta años de casados eran como un mismo ser dividido, y se sentían incómodos por la frecuencia con la que se adivinaban el pensamiento sin proponérselo, o por el accidente ridículo de que el uno se anticipara en público a lo que el otro iba a decir. Habían sorteado juntos las incomprensiones cotidianas, los odios instantáneos, las porquerías reciprocas y los fabulosos relámpagos de gloria de la complicidad conyugal. Fue la época en que se amaron mejor, sin prisa y sin excesos, y ambos fueron mas conscientes y agradecidos de sus victorias inverosímiles contra la adversidad. La vida había de depararles todavía otras pruebas mortales, por supuesto, pero ya no importaba: estaban en la otra orilla. "
Amor idealizado:
La invención del amor
de J. Ovejero
"Y ahora subo las escaleras, salgo a la terraza y siento el aire seco de la
madrugada que limpia mi cara del entresueño producido por el alcohol
y la hora tardía. Un murciélago zigzaguea por encima de las cabezas
de mis amigos, como si los inspeccionase inquieto desde lo alto, y
vuelve a desaparecer en las sombras. Es de noche, en Madrid, en mi
terraza, estamos bebidos, en ese momento que tanto me gusta en el
que la gente discute sin mucho tino, en el que todos están más alegres
o más tristes de lo que se permiten a diario, sin llegar a ser violentos ni
a romper a llorar ni a cantar. La noche (más bien el amanecer, porque
hay un filo rosado que bordea el cielo allí, al otro lado de Madrid, más
allá de la estación de Atocha, de Vallecas, de los paralelepípedos
alineados sobre lo que, desde aquí, parecen los confines de la ciudad)
se ha vuelto lenta, como nuestras lenguas, como nuestros párpados,
todos los movimientos ligeramente ralentizados; la mano de Fran
atusando sus propios cabellos mientras dice: «No sé, tío, no sé»,
probablemente porque ya incluso se le ha olvidado de qué estaban
hablando y sólo le queda esa pesadumbre que arrastra de un día al
siguiente, y que se le escapa en cada broma o que a veces, cuando se
pone melancólico, pretende que es pesar por el estado del mundo y no
el luto por sí mismo, por las propias ilusiones difuntas, que lleva desde
hace tanto tiempo."
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