Caminaba sin pausa, a paso ligero y sin volver la vista
atrás, sorteando los charcos que se habían formado por la lluvia la noche anterior. Seguía
oyendo las pisadas detrás de ella, primero un pie y luego otro, movidos con sigilo, pero
aun así hacían ruido. Recorrían cada paso que daba sin cesar.
Rebuscó en su bolso y encontró lo que buscaba, un pequeño
espejo con una luna dibujada en la tapa. Lo abrió y miró el camino que tenía
detrás. Las pisadas se habían desvanecido y con ellas su dueño. Estaba ella sola.con los
árboles que la rodeaban. Siguió andando. De repente un ruido de ramas a su lado le hizo
sobresaltarse, miró hacia el foco del ruido. Apareció una anciana.
-Perdona, te has dejado la cartera en el bar - dijo la anciana
dándoselo.
-Oh, gracias, lo había olvidado. ¿Por qué ha ido entre los
árboles?
-Tomaba un atajo.
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