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Se denominan así los apodos cariñosos, habitualmente de origen familiar, formados mediante alteraciones de los nombres originales, tales como Paco, Charo o Lola, incluso a partir de la pronunciación errónea de los niños que están aprendiendo a hablar.
La palabra llegó al español por vía culta, procedente del griego hypokoristikós 'acariciante', derivada de hypokorizomai 'hablar como los niños pequeños'. En la composición de este último término está contenida la palabra griega koré 'niña'.
Esta voz está registrada en castellano por lo menos desde 1867, pero apareció por primera vez en el Diccionario de la Academia en la edición de 1927. (La página del idioma español).
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