Estos dían se ha hablado mucho de Antonio Muñoz Molina y no precisamente bien.
El pasado 10 de febrero, Antonio Muñoz Molina recibía el Premio Jerusalem por su novela Sefarad y un grupo de escritrores le pedían que no regogiera dicho galardón.
Hace años, por una novela parecida, pero de carácter autobiográfico, le dieron a Jorge
Semprún el Premio Jerusalem.
Ahora le han dado ese premio a Muñoz Molina, por Sefarad. Por
haber rastreado el origen del horror y por haber contado su desarrollo
en unas personas individuales, en los grupos o etnias que los sufrieron,
en sus tierras y más allá de ellas, cuando empezó la persecución y
mientras esta siguió, se consolidó y fue finalmente un objetivo mortal y
ya cruelmente inolvidable.
Cuando le entregaron a Semprún este premio que ahora ha recibido Antonio
Muñoz Molina, había en Jerusalén un aire de estupor. La
guerra seguía, el Estado de Israel proseguía su persecución
de los palestinos, y estos seguían defendiéndose.
Intelectuales israelíes, y políticos en activo, denunciaban esas
persecuciones, y el propio Semprún se unió a ellos en la condena de los
abusos que la política estatal mantenía vigente. Había allí un debate
muy vivo; esa sociedad no estaba unánimemente conforme con lo que hacía
su Gobierno; sigue siendo así, y decir lo contrario es tan solo animar a
pensar que el silencio allí es la ley y eso no es verdad.
Ahora Muñoz Molina obtiene ese premio y le piden que no
vaya a recogerlo. Otros extranjeros como él, recibieron el mismo galardón, y ninguno de ellos se sintió obligado a rechazarlo ni nadie asoció el
emblema al Estado de Israel. Es el Premio Jerusalén y se lo entregan por
haber escrito Sefarad, un libro que habla de las diásporas, una
crónica general de los nombres propios señalados por la ignominia de los
perseguidores. Aquí y en todo el mundo. Si por contar eso lo han
premiado, ¿cómo no va a ir a recogerlo? En Jerusalén o en cualquier
otro sitio.
Sefarad es una novela de novelas, un grito contra la marginación. Muñoz Molina presenta a toda una galería de personajes que por
una enfermedad, un accidente, una hermosa historia de amor, una guerra y, sobre todo, por pertenecer a una raza perseguida, se ven obligados a cruzar una peligrosa frontera
que los ponga a salvo de la estúpida violencia que ha asolado el siglo XX.
Sefarad es una denuncia contra todo tipo de exclusión. Es una
sabia mezcla de personajes reales (Kafka, Primo Levi, Willi
Münzenberg...) y personajes ficticios, de tragedias e ironías, de odios y
afectos, al mismo tiempo que de géneros literarios: cada uno de los
relatos entrelazados que componen esta novela enriquece y profundiza los
anteriores.
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