sábado, 2 de febrero de 2013

La noche más oscura

Como ya sabéis el viernes 18 de enero nos visitó Ana alcolea para charlar un rato con los alumnos de 2º de ESO sobre su libro: El medallón perdido.  La verdad es que todos pasamos un rato muy agradable y creo que ella también.  Ana nos hablo de su último proyecto, todavía es un secreto, pero le pedimos que viniera a presentarlo cuando lo tuviera terminado, y también nos habló sobre su última novela publicada: La noche más oscura, que nada tiene que ver con la película y que parece bastante interesante. 

Aquí va el primer capítulo para ir abriendo boca:


PRIMEROS RECUERDOS

En esta vida hay cosas que nunca se olvidan, por muy pequeño
que sea uno cuando acontecieron.
Los primeros recuerdos de Valeria se remontan a la época
en que tenía poco más de dos años. Un día, una mujer de rasgos
muy diferentes a los de las personas que tenía a su alrededor,
le sonrió, la abrazó, y le dijo palabras que no entendía. A
la mujer, antes de marcharse, se le llenaron los enormes ojos
de lágrimas. Al día siguiente volvió con un muñeco de goma
que representaba a un mono de color amarillo, y se lo dio a
Valeria. La niña sonrió cuando le apretó las tripas y el muñeco
gruñó en una especie de fa sostenido. Aunque, claro, esto Valeria
no lo sabía. El caso es que la mujer de los enormes ojos
volvió cada mañana hasta que por fin un día se la llevó, y la
metió en un avión en el que pasó muchísimo rato. Tanto que
tuvo tiempo de llorar, de correr por los pasillos, de tener frío,
hambre, e incluso de hacer sus necesidades cuatro veces.
Cuando bajaron del avión, la mujer la volvió a abrazar, a
cubrir de besos y a decirle: «Ahora eres mi hija y te llamas
Valeria». La niña la miró desde abajo, desde los pocos palmos
de altura que había crecido, apretó el monito amarillo,
lo oyó gruñir, y sin entender ni palabra de lo que la señora le
había dicho, sonrió.
Cogidas de la mano salieron a una sala muy grande donde
las esperaban muchas personas de enormes ojos, grandes sonrisas,
y con las cabezas llenas de pelos de diferentes colores.
Todos la llenaron de besos, de abrazos y de regalos. Y todos
hablaban una lengua que no comprendía.
Esos eran los primeros recuerdos de Valeria, y aunque
habían pasado trece años desde entonces, aquellas primeras
imágenes de su nueva vida no se le habían borrado jamás.
Por eso, nunca hizo falta que Mercedes, su madre, le
tuviera que contar que era una niña adoptada. Valeria sabía
desde siempre que no había salido de la tripa de su mamá.
De su otra madre, aquella de cuya tripa sí había nacido, nadie
sabía nada, aunque lo más problable era que hubiera
muerto en algún terremoto o en alguna otra catástrofe natural.
La niña no preguntó nunca nada, ni sobre terremotos ni
sobre su primera vida en el orfanato. Tal vez porque hay cosas
en la vida que es mejor no saber. Lo que sí le preguntó a
Mercedes fue por qué le había puesto aquel nombre tan raro,
Valeria, que nadie más llevaba ni en el colegio, ni en las clases
de inglés, ni en las de baile, ni en las de pintura, ni en las
de natación.
—Te llamas Valeria porque así se llamaba mi abuela. Y
como la tenía que llamar así, «abuela» y no por su nombre,
me había quedado siempre con las ganas de llamar a alguien
«Valeria». Además, es un nombre que ya casi nadie le pone a
las niñas y es precioso. —Aquí la interesada torció el gesto—.
Por todo eso te llamas Valeria.
—Vale —respondió la muchacha poco convencida con el
discurso de su madre.

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