Para un hermano, Sorel, y su gente durmiente. Para Lorena García
Se nace así, como quien no quiere la cosa, por venir al mundo un rato.
Se es niño y se busca la curiosidad, se crece con colores, en colores, se busca todo y todo es una posibilidad.
Se es niño y se sonríe, al mundo, a la vida, a las personas, porque el mundo es una ciudad humanizada.
Se piensa: hay que enseñar a los niños para no castigar a los hombres.
Se sale a la calle y se dice, anda, una mariposa, y hay alguien que nos acompaña. Se dice: todo el mundo tiene un par de alas pero pocos se atreven a volar.
Se es niño y se aprende a hablar, a protestar porque el mundo es el que es y no el mejor de los mundos posibles. Se aprende a reclamar.
Se llega al instituto y se aprende a pensar. A pensar como los demás. A perder los colores. A pensar en gris. A repetir gestos ya obsoletos, ya caducos, de tanto usarlos todos. Se aprende a ser gris. A vivir en silencio. En el miedo. Se llega al instituto y protestar está mal. Y se sonríe menos. La vida se hace más pesada. Cansan las alas ahora que el límite es el techo y el cielo queda tan tan lejos.
Se es gris y se sale a la vida. Y no se tiene nada. Nada por lo que protestar. Nada por lo que reclamar. Nada que defender ahora que el miedo es una costumbre y ahogar nuestra palabra se ha convertido en rutina.
Se lee: los jóvenes no protestan, no reclaman. Y no se lee: los que lo hacen son antisistema, son perroflautas. No se lee: les hemos quitado ese derecho a la protesta, se lo hemos arrebatado, todos, que nunca fuimos profesores, nunca, sí carceleros.
Se lee: hay que defender el sistema, los mercados. Y no se lee: es un sistema patético de mercaderes cuyo único propósito es el dinero, da igual su color. Y no se protesta, no, porque, en algún, momento, nos dejaron sin alas, sin colores, nos hicieron grises y nos arrebataron, como casi siempre, el turno de palabra. Para dejarnos, como casi siempre, sin voz ni voto.
Pero no somos zombis, no, no somos zombis. Sólo estamos viendo Gran Hermano. Sólo. Estamos. Viendo. Gran. Hermano.
Y olvidamos por completo que es el Gran Hermano quien nos ve.
Se es niño y se sonríe, al mundo, a la vida, a las personas, porque el mundo es una ciudad humanizada.
Se piensa: hay que enseñar a los niños para no castigar a los hombres.
Se sale a la calle y se dice, anda, una mariposa, y hay alguien que nos acompaña. Se dice: todo el mundo tiene un par de alas pero pocos se atreven a volar.
Se es niño y se aprende a hablar, a protestar porque el mundo es el que es y no el mejor de los mundos posibles. Se aprende a reclamar.
Se llega al instituto y se aprende a pensar. A pensar como los demás. A perder los colores. A pensar en gris. A repetir gestos ya obsoletos, ya caducos, de tanto usarlos todos. Se aprende a ser gris. A vivir en silencio. En el miedo. Se llega al instituto y protestar está mal. Y se sonríe menos. La vida se hace más pesada. Cansan las alas ahora que el límite es el techo y el cielo queda tan tan lejos.
Se es gris y se sale a la vida. Y no se tiene nada. Nada por lo que protestar. Nada por lo que reclamar. Nada que defender ahora que el miedo es una costumbre y ahogar nuestra palabra se ha convertido en rutina.
Se lee: los jóvenes no protestan, no reclaman. Y no se lee: los que lo hacen son antisistema, son perroflautas. No se lee: les hemos quitado ese derecho a la protesta, se lo hemos arrebatado, todos, que nunca fuimos profesores, nunca, sí carceleros.
Se lee: hay que defender el sistema, los mercados. Y no se lee: es un sistema patético de mercaderes cuyo único propósito es el dinero, da igual su color. Y no se protesta, no, porque, en algún, momento, nos dejaron sin alas, sin colores, nos hicieron grises y nos arrebataron, como casi siempre, el turno de palabra. Para dejarnos, como casi siempre, sin voz ni voto.
Pero no somos zombis, no, no somos zombis. Sólo estamos viendo Gran Hermano. Sólo. Estamos. Viendo. Gran. Hermano.
Y olvidamos por completo que es el Gran Hermano quien nos ve.
Deja de delirar dices incoherencias
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