domingo, 1 de diciembre de 2013

Retrato de una vida

Zenobia Camprubí está considerada como una de las primeras grandes feministas de nuestro país.  Miembro destacado  junto a Victoria Kent, del Lyceum Club Femenino, desde el que reivindicó constantemente una mayor presencia de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad.   Si bien los cargos fueron renovándose, la primera junta estuvo formada por María de Maeztu, como presidenta; Victoria Kent e Isabel Oyárzabal, vicepresidentas; Amalia Galarraga, tesorera y Zenobia Camprubí, secretaria.



 Entre sus escritos destacan las traducciones de la obra de   Rabindranath Tagore,  artículos como: "Juan Ramón y yo", cuentos como: “A narrow escape” (Una escapada milagrosa), “Malgrat”, “The garret I have known” (El desván que he conocido), “A dog hero”, “When Grandmother went to school” (Cuando mi abuela asistía a la escuela), y un Diario que escribió a lo largo de los casi veinte años que duró su vida en el exilio. Redactado parte en inglés y parte en español, la obra  nos revela el carácter extraordinario de quien fuera la esposa del poeta Juan Ramón Jiménez
Entrelazados con la vida activa de su autora, se recogen en este monólogo sus estados de ánimo, los de su marido, sus frustraciones y ambiciones, sus reflexiones respecto al poeta y a su entorno. El Diario destaca por su valor como obra intimista, lo que pone de manifiesto la competencia literaria de la autora, y su importancia como testimonio histórico y documental: 

Diario I: Cuba (1937-39)
Diario II: Estados Unidos (1939-50)
Diario III: Puerto Rico (1951-56) 

[La Habana, jueves 11 de marzo de 1937]
Descanso al mediodía, después de una mañana de tanto escribir a máquina. Juan Ramón está tan feliz después que trabajamos juntos. Esta mañana dijo: “Esto es lo único que vale la pena, este trabajo que hacemos juntos”, y parecía muy contento. Qué bendición tenerlo suficientemente aislado como para que no piense en esta terrible tragedia que nos llena a los dos de inquietud. Él está acostumbrado a trabajar sobre el manuscrito primero y luego coge la copia inicial a máquina, vuelve sobre ella y a menudo dicta una tercera vez; ya que las páginas a máquina son más claras, y es más fácil repasarlas, aunque el manuscrito se ve mucho más atractivo desde un punto de vista estético. Me gustaría conservar estos manuscritos. Es muy interesante estudiar las etapas progresivas de su trabajo, pero mientras va dictando tacha las palabras una a una, o, al final, rompe el papel en pedacitos con deleite, como si fuera un trabajador quitando el andamio. [...]

[La Habana, viernes 14 de mayo de 1937]
Sin lugar a dudas no nací para revolucionaria. Prefiero sacar provecho de las circunstancias existentes mejorándolas en vez de virarlo todo al revés, corriendo el riesgo de que funcione o no el nuevo experimento. El problema es que soy escéptica en cuanto a todos estos rimbombantes programas políticos para redimir a la humanidad. Y, sin embargo, supongo que si no hubiese algunos reformadores tercos para espolearnos no progresaríamos mucho. He estado trabajando todo el día corrigiendo pruebas y me gustaría dejarme hundir holgazanamente en un hueco. No, definitivamente, el mundo no progresaría mucho si tuviera que depender de mí, pero por otra parte no soy un estorbo, por estar muy ocupada con mis propios asuntos.

 [Miami, martes 12 de marzo de 1940]    
Hoy fue un mal día para mí. Empecé con ganas de escribir un cuento y escribí una página y media con gran estilo y concentración hasta que vino J. R. con una larga diatriba sobre el comer fuera, echarse a perder el estómago y envenenarse el organismo durante una semana. Las ideas se me esfumaron, así es que me puse el sombrero y me fui al mercado. Cuando regresé, no pude continuar ni concentrarme con la tensión de que en cualquier momento me pudiera llamar para escribir a máquina. Por la tarde, fuimos a dar una vuelta en el coche para explorar los alrededores, pero sin ningún resultado, pues el día era cálido y no había muchos árboles. Regresamos, y J. R. empezó a quejarse constantemente del ruido que se oía cada vez que yo trataba de volver la página del periódico, lo que hacía con el mayor cuidado. Luego, cuando estábamos escribiendo a máquina, Mrs. Lowe vino un momento para invitarnos a un concierto y J. R. estuvo a punto de ponerse furioso por la interrupción. Después de escribir a máquina, mencioné que quería oír a Kalterborn y J. R. dijo: “¿Ahora?” Esto fue el colmo; así es que me monté en el coche y me fui a un lugar tranquilo donde pudiera pensar en un plan para no pasarme toda la vida como si estuviera en la sala de espera de una estación: esperando a cocinar o escribir a máquina para J. R. Desayuno a las 8 a. m. Máquina a las 10. Almuerzo a la 1. Máquina a las 3:30. Cena a las 7:30, lo que no me deja tiempo entre medias para hacer siquiera un viaje a Miami, por no hablar de citarme con alguna amiga. También la traducción está atrasada, porque no hay una hora al día en que pueda escribir a máquina sin molestar a JR.      


 

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